jueves, 8 de octubre de 2009
Ecuador: Emisora Misionera transmite el Evangelio por casi seis décadas
Cualquiera que sea su punto de vista, son casi 45 hectáreas de verdes y ondulados campos, desde donde se divisa un paisaje espectacular del volcán nevado, Cotopaxi. Justo al sur del pueblo de Pifo, uno podía vislumbrar un punto desde donde los programas de radio habían irradiado hacia todos los rincones de la Tierra en onda corta.
Quito, miércoles, 7 de octubre de 2009
Por Kenneth D. MacHarg*
Traducido por Mónica Ortuño de Ayala
Pifo—como fue conocido el sitio de transmisión de la radio cristiana internacional *HCJB, La Voz de Los Andes*—, podía ser descrito únicamente con superlativos tales como: Una de las radiodifusoras más grande del mundo; hogar de una de las emisoras cuya antena fue una de las más grandes jamás construidas; uno de los pocos lugares en el mundo en donde la radiodifusión podía llegar a todo el planeta; el sitio desde el cual el Evangelio de Jesucristo se difundía a oyentes de todos los países del mundo.
Antes de entrar a esa propiedad, cualquiera que se aproximase al sitio de transmisión de Quito, podía ver las torres pintadas de blanco y rojo apuntando hacia el cielo.
Aún antes de entrar al plantel, ubicado justo al sur del pueblo de Pifo, se distinguían 48 torres de acero distribuidas de tal manera que formaban 31 conjuntos que sostenían el mismo número de antenas tipo cortina (de diseño propio de HCJB para transmisión en onda corta), todas ellas esparcidas entre los transmisores, edificios de mantenimiento y casas de los ingenieros residentes.
Cada una de esas altas y delgadas estructuras, con su compleja red de reflectores, fue diseñada para dirigir una poderosa señal hacia un blanco determinado, ya sea, América del Norte, América del Sur, Europa, Asia Oriental o África Central Occidental. Otras antenas, más pequeñas y hechas de manera diferente, servían para enviar programas en diferentes dialectos quichuas. La señal que enviaban estas antenas se dirigía hacia arriba, en donde rebotaba electrónicamente sobre capas cargadas de iones, y lograba llegar a alturas mayores a las alcanzadas por cualquier aerolínea, para luego descender como un paraguas sobre los Andes, en donde todavía, habitan descendientes de la civilización Inca.
Desde el edificio más grande de transmisión, diez aparatos excepcionales de la electrónica suministraban una señal de cientos de miles de vatios de potencia, muchos de ellos generados en las plantas hidroeléctricas de propiedad de HCJB, localizadas en un lugar aún más alto y dentro de esas majestuosas montañas.
Algunas de esas maravillas tecnológicas fueron marcas comerciales conocidas por los ingenieros de radio alrededor del mundo: RCA, Harris, Siemens. Otras, incluso la poderosísima HC500, de 500.000 vatios de potencia fueron construidas por los propios ingenieros de HCJB en el Ecuador y en Elkhart, Indiana USA.
De ninguna manera estos transmisores eran comunes y corrientes. No, todos ellos fueron transmisores que tuvieron que ser diseñados y construidos, o adaptados, específicamente para la extraordinaria altura de 2.600 metros (8.600 pies) de Pifo, donde el aire es menos denso y descargas eléctricas podrían fácilmente haber destruido componentes importantes y obligado a un corte de servicio, sacando la señal aire.
Escondido debajo del techo de este fascinante edificio había una unidad completa de conmutadores o, para ser más preciso, docenas de conmutadores. Estos se conectaban a los transmisores correspondientes con su antena asignada, para transmitir por la mañana el mensaje cristiano, ya fuese para los misioneros en la Amazonía de Brasil o para los colonos alemanes en Paraguay y Argentina. Por la tarde, cambiando de antena, enviaban programas a oyentes que se mantenían a la expectativa en Europa, el Medio Oriente y África; y por la noche, los programas llegaban a entusiastas oyentes en América del Norte, Sur y el Caribe. En las tempranas horas de la madrugada, el mensaje llegaba a otros lugares ubicados en Asia y Pacífico Sur.
Aunque los transmisores eran impresionantes, eran las antenas las que ofrecían asombrosa inspiración. Ya sea vistas a contraluz a la puesta del sol o con el Cotopaxi todavía visible a través de sus redes—cual telarañas—estas altas torres, que alcanzaban hasta 127 metros (417 pies) y que sostenían dos o tres cortinas de alambres, eran fascinantes. De manera invisible emitían centenares de kilovatios de potencia que llevaban el mensaje de vida del Evangelio a la gente atrapada detrás de la Cortina de Hierro—confinada bajo el estado totalitario que era la Unión Soviética, y escondida detrás del velo de las naciones de medio oriente—, o el mensaje era escuchado en hogares y oficinas de Norteamérica, Europa, Asia y Pacífico Sur.
Es difícil para aquellos que no tienen experiencia en ingeniería, entender cómo un arreglo de finos alambres pueda emitir una señal eléctrica hacia otra cortina similar, y lograr que, esa señal y su mensaje, lleguen a un radiorreceptor ubicado a diez mil kilómetros (seis mil millas) de ahí.
Pero, lo que exactamente hacían las antenas y transmisores de Pifo, Ecuador, era difundir, diariamente y a veces en más de dieciocho idiomas, día tras día alrededor del mundo.
Si bien la tecnología era fascinante, mucho más convincente era la gente que conseguía ponerla en funcionamiento: hombres y mujeres, que fueron a vivir al bello país de Ecuador en América del Sur—durante años—, para poder construir esta emisora que llevaría el mensaje de esperanza y vida a los oyentes alrededor del mundo. Esos ingenieros y técnicos renunciaron a lo que pudo haber sido una carrera lucrativa en su país de origen, para asegurarse de que la gente del Ecuador y El Salvador, Alemania y Grecia, Rusia y Rumania, pudiesen oír el mensaje de vida de Jesucristo en su propio lenguaje y en sus propios receptores.
Estas personas, de una multitud de naciones, fueron innovadoras y genios por derecho propio. Fueron ellos quienes diseñaron la antena cúbica para prevenir descargas eléctricas en las antenas. Debido a su éxito, esta antena llegó a ser utilizada alrededor del mundo por entidades comerciales, militares y en instalaciones privadas.
Construyeron y operaron la “antena giratoria,” que se ha dicho de ella, ser una de las antenas para radiodifusión más grandes jamás antes construidas y única en su diseño. Ellos fabricaron transmisores, antenas y componentes casi de la nada, usando unos cuantos alambres y latas, cuando todavía no se disponía de repuestos.
Utilizaron el sistema de propagación (que otros desconocían en aquellos tiempos), para lograr que la señal alcanzase largas distancias, lo cual permitió que la señal de HCJB llegara a los confines de la tierra.
¿Por qué lo hicieron? Porque entendieron que a Dios, quien creó el mundo y todo lo que en él existe, incluida la fascinante ciencia de la radiodifusión, le importa Su creación y desea que todas y cada una de las personas, de toda lengua y nación, conozcan de Su amor por ellas. Descubrieron la verdad de un Dios, como está escrita en la Biblia, y el amor, perdón y salvación de este mismo Dios, el cual da como resultado vida eterna por medio del Hijo de Dios, Jesucristo, quien es amigo de pecadores y Salvador del mundo.
Hoy, esos campos, desde donde se difundía la programación del Evangelio por casi 60 años, se han quedado en silencio* y casi vacíos. Las enormes torres y los miles de metros de alambre que se extendían por sobre el verde pasto, se han marchado. Se han ido los transmisores que trabajaban día tras día, sin descanso, para convertir los programas en una señal radial que sería enviada a todo el mundo.
El sitio desde el cual se empezó a difundir en 1953, renunció para siempre el 30 de septiembre del 2009. Un mundo cambiante y métodos diversos utilizados para comunicaciones masivas ha sido el reto para que HCJB busque nuevas sendas para compartir el mismo mensaje de esperanza.
En la actualidad, la televisión satelital y la posibilidad que tienen los cristianos para iniciar sus propias emisoras—en donde tales difusiones eran prohibidas o imposibles en el pasado—, la disponibilidad de otros sitios de transmisión en onda corta, Internet, IPods, Twitter, grupos de interacción social electrónica y la radio por Internet, se han convertido en medios adicionales de comunicación, de información, entretenimiento e inspiración.
Pifo está en silencio y los ingenieros y los productores de programas se han marchado, pero hoy—en todos y cada uno de los países del mundo— hay reuniones de iglesias, alabanzas y servicios, porque practican lo que una vez aprendieron oyendo a HCJB. Hay comunidades enteras, naciones y grupos de personas que, orgullosamente, llevan el nombre de cristianos porque escucharon el mensaje que procedía de este lugar, llamado Pifo; y también hay gente, creyente en Jesucristo, que sin duda darían testimonio evidente, de la manera en que fueron transformadas sus vidas por el Señor, y de cómo, hoy, son seguidores de Jesús por lo que una vez oyeron desde Pifo, Ecuador, en América del Sur.
¡A Dios sea toda la Gloria!
(*Aunque la fecha oficial de clausura del sitio de transmisión de Pifo es el
30 de septiembre, se continuará con la difusión en portugués por unas pocas
semanas más. )
*Kenneth D. MacHarg sirvió en Ecuador con HCJB Global desde 1990 a 1998. Él y su esposa Polly, se jubilaron de la Misión Latinoamericana en el 2006 y ahora viven en Carrollton, GA. Su sitio web es: www.missionaryjournalist.net
Fuente:
http://www.alcnoticias.org/interior.php?lang=687&codigo=15158
Via Yimber Gaviria, Colombia
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